viernes, 11 de septiembre de 2015

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Se me hace urgente escribir para liberar un poco esta desesperación que no me deja ni respirar.
Se me hace urgente porque no encuentro ni salida ni compañía en esta fría y solitaria pieza, tan ajena, tan grande y tan triste. Este cuarto solo ha tenido vida dos veces, las dos veces en que la presencia de aquella mujer colmó y desbordó el calor y la inmensa alegría que me traspasó. Pero hoy no, ni ayer. Esta pieza ahora es un sucucho de paredes heladas, de una cama dura y antipática que me recuerda a cada instante que estoy solo. Antes me gustaba la idea de tener una cama de dos plazas, ahora es ingrato el introducirme en ella y darme cuenta que a mi lado no hay nada más que un espacio vacío. El mismo espacio vacío que me acompaña la mayor parte de mi vida, en esta soledad tan agria y violenta. No es una soledad bella, en la que uno decide alejarse para encontrarse con sí mismo. Es una soledad maldita porque ni siquiera uno mismo se puede acompañar, ya toda la vida te da la espalda y las personas que viven contigo son algo así como sombras que deambulan cerca, pero que nunca entablan relación con uno.
Es difícil vivir esta soledad, porque más que perder una compañía, se pierde la vida misma, se pierde la única forma de entrar a otro mundo, a otra vitalidad, a otro sentir. Se pierde el poder vivir, se pierde el buscar el camino y solo se encuentra esta soledad. No hay nada peor que vivir la soledad sin tener amigos con quien luego compartirla, no hay nada peor que alejarse sin que nadie se de cuenta de aquello.
Me desespero y quiero gritar, quiero correr, correr lejos, a buscar inspiración, a buscar tranquilidad, a buscar sabiduría. Ahí es cuando digo: ¿y dónde? ¿dónde se puede ir, si no hay ni arraigo que afirme un volver a comenzar, ni horizonte que inspire mayor valentía? ¿cómo encontrar una vitalidad dentro de esta miseria? Creo que he perdido mucho, mucho de lo que me hace latir el corazón. Hoy se mueve solo por una pena y una cotidiana masacre.
Y cuando aquel hombre pregunta su pregunta: ¿cómo va la vida? Mi corazón siente que no hay vida más que la sobrevivencia, mi mente piensa alguna estupidez inteligente y mi boca profesa: "aquí estamos".
Hoy, aparte de la pena, lo que encarno es pura desesperación. No hace más que tiritar mi cuerpo, aunque eso podría ser buena señal de que aún siento. Mis ojos, ya cansados de escupir tristeza, arden como el fuego que corre por mis venas. Quisiera regalarte mi sangre, quisiera entregarte mis entrañas. Porque esta pena y esta desesperación no cabe más en mi.

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