sábado, 9 de julio de 2016

Danza de las flores

He descubierto una entrada
¿entrada para qué?,
se han preguntado los dioses
que soplan los cielos.

Entrada al jardín de las flores eternas,
respondo.

Cosa difícil de hallar,
han vuelto a decir.
No está permitido a los mortales
el ingreso a aquel lugar,
insisten.

Pero mis ojos y mi piel así lo atestiguan,
no he estado equivocado,
he tenido contacto con una de las tantas
flores danzantes
que suelen enamorar a pocos hombres.

Solo los deseosos de belleza y libertad
han podido tener frente a sus cuerpos
a dichas florecillas bailarinas.

Ellas han invitado a cuanto ser se pose
como espectador ante su danza encantadora
a su jardín, donde más flores
juegan y se entrelazan en un conjunto
que da nacimiento a la vida
y que la creó con su movimiento perpetuo.

Sé la historia.
Año tras año,
en distintos lugares y momentos de la vida,
ellas aparecen simplemente
y hechizan para liberar.
Y he sido invitado por una de ellas.

Aquella delicada y desbordada figura,
fulgurante, frágil y firme,
vibrante, indescriptible e inasible,
a tocado la sangre de mi cuerpo
para llevarme a conocer el maravilloso jardín
donde las de su especie habitan.

Sus movimientos han sido como aquellos de las olas
que con suavidad y bravura
han recordado en cada escondite de su cuerpo,
que la vida se ha resguardado ahí
asustada por lo que ocurre en este mundano tránsito.

Todo movimiento ha ocurrido, lo sé
Y me ha tendido la mano para acompañarla.

Ciertamente, han dicho los dioses,
pero solo el que pueda apreciar su bella libertad
podrá ser parte de la danza de las flores.