miércoles, 29 de julio de 2015

Pensar en el trago amargo

Si algo pudiera desear sería que la inspiración naciera del goce profundo y no de la angustia mediocre.
No me complacen las líneas del encuentro con estas nostalgias.
Los pies y las manos frías hablan de aquella incomprensión de la vida.
Más bien de los momentos... de los instantes.
Aunque no se diferencien y, en caso contrario, se superpongan y coincidan.
El afecto a los amores es absoluto cuando aquello que se juega y se da al arrojo -que es el propio cuerpo, la propia vida- queda en completo riesgo y en posibilidad de disolución terminal.
El compromiso al amor comprende -de hacer prenda, de hacer cuerpo- de un ofrecimiento cabal a un destino inconcluso y nunca venidero.
Este comprometer significa hacerse parte de un sentir o de un vivir en su tamaña magnitud... lo que se pone en peligro -nuevamente y hasta el cansancio- es la propia perpetuidad de la existencia.
Consciente se hace la vida y el vivir cuando no se disfruta de todos los manjares del banquete fastuoso y repleto del discurso público.
Lúcida es ella cuando se encuentra un brillo en la penuria y el poetizar radica en el lanzamiento al abismo.
¿Cómo poéticamente habitar cuando la posibilidad del desfallecer y el disolverse aparecen al final del abismo?
Asintiendo a esas posibilidades. Sé la respuesta.
Pero la confusión es amiga de sus propias salidas.