sábado, 19 de septiembre de 2015

El fuego y el viento de la montaña

Entre ínfimos alientos
la montaña es lugar
del encuentro con el carruaje de las estrellas,
del advenimiento de la mortalidad inacabada,
del destello de los brillos nocturnos.

La noche en la cúspide
es solo para valientes,
solo para locos y amantes,
encontrar calor donde solo hay frío,
es solo para enamorados.

Y mirar hacia abajo,
hacia las insanas e ilusas guerras a medias,
es más frío cuando el alba
no se acompaña con nadie,
cuando la espada se empuña contra la tempestad incalculable de la tormenta.

No hay abrigo que abrace
la infinita debilidad del ser
pero hay consuelo en el viento de la montaña:
la vida es testigo de la vida,
la piel se hace puerta abierta, el corazón se hace pecho y la vitalidad se hace tacto.

¿Y cómo sentir de otra forma?
El viento se hace fuego.
El fuego se hace viento.
El amor es puro fuego y viento.
Y el fuego es más carne que mi carne, es más sangre que mi sangre, es más vida que mi vida

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