viernes, 3 de abril de 2015

La noche



Oscuridad, caminos desiertos y alambrados por acechantes voces.
Árboles que entrecruzan sus brazos con otros árboles,
se visten de negro y desdibujan sus límites.
El bosque esconde una dolorosa verdad:
“nada hay seguro dentro del reino de lo que mira hacia afuera”.

El hombre camina a tientas por el suelo del mundo,
se ha despojado de sus ojos
y ha aprendido a ver.
Ha comprendido la gravedad del ser,
ha descubierto el sendero oculto,
eso que escondió la luz,
y sólo puesto en el riesgo
es donde se revela lo grandioso.

Ahí donde se enfrentó con lo inconmensurable
se adueñó de él lo placentero;
la mezcla azarosa entre dolor y goce.
Ahí donde el espanto llama a los gritos más aterradores
el hombre toma noticia de la ausencia de lo sagrado.
Es por fin ahuyentado de sí mismo
y devuelto a su esencia.
Pero la nocturnidad no solo penetra y destruye
sino que renueva en pura aperturidad.

El hombre se mira las entrañas
y descubre su destino.
El hombre oye a los bosques hablar
y canta con ellos.
El hombre toca lo inmaterial
y lo escucha también.
El hombre le hace el amor al ser
y el ser hace al hombre en amor.
El hombre se reúne con el cosmos
y muere con él.

El hombre ha dejado de ser hombre,
el hombre ya no es más una cosa,
el hombre se convierte en símbolo
en el símbolo del ser.

Y ahí donde nace la noche, nace también el día.
Y ahí donde nace el dolor, nace también el goce.
Y ahí donde nace lo sublime, nace también lo grandioso.
Y ahí donde nace el hombre, nace también su muerte.

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