Y de repente, los Dioses
aparecían sentados en sus tronos de madera rojiza y telas perfectamente
zurcidas de color crema. Con sus rostros fríos y enfurecidos a la vez hablaron
en nombre de la verdad y el amor a la única hija, que tenían presente en el
salón central de su impenetrable palacio de dos pisos.
La hija, descubierta en sus
fechorías, se enfrentaba a la justicia de sus padres los Dioses, quienes con
tanta dedicación le habían dado todo en la vida. Seguridad, comodidad y un
mundo lleno de lujos eran las palabras que desfilaban entre las bocas
inapelables de los Dioses. Cualquier niño pobre anhelaría esos regalos divinos.
En ningún momento nombraron el amor, más bien para los celestiales, eso era el
amor.
Los Dioses, aprovechando la desesperación
y la culpa de la hija por sus actos, le enseñaron qué debía amar, qué debía
querer, qué debía aprender, qué debía conocer, qué debía hacer, y, por
supuesto, qué no. Así ella no volvería a fallar, así ella no volvería a pecar,
así ella no volvería a decidir.
Esta es la breve historia de un
momento de amor, el momento en el que los Dioses han amado a sus hijos desde el
comienzo de los tiempos, cuando ellos mismos crearon a sus hijos. Cuando ellos
les fundaron, cuando ellos les dieron el fundamento.
Aunque no todo ha sido color de
rosa, muchas veces ha habido hijos rebeldes que han deseado romper con la
verdad escrita con letras de amor sagrado. Por suerte, para el cumplimiento de
la historia, no han logrado nada más que pensarlo y escribirlo, dependiendo del
tiempo, en una carta, un libro, una servilleta, un diario de vida o en un estado
de Facebook. Por suerte la gente que los ha leído sólo lo ha entendido como una
historia fantástica y sin razón. Por suerte la gente que los ha leído ha
reafirmado su creencia y devoción en los Dioses.
Por suerte nadie se ha dado
cuenta que lo que estás leyendo no es más que una metáfora de los Dioses de tu
hogar, esos a los que por siglos y siglos los hijos no han tenido más que
obedecer, escuchar, amar y adorar. Todo en nombre del amor y de la verdad. Por
suerte no te has dado cuenta que a quienes me refiero en esta pequeña fantasía
sin sentido, son los padres, tus padres, los que, como un acto de perfección,
te regalaron la vida.
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